sábado, 9 de octubre de 2010

Amor

Estamos habituados a corregir a nuestros hijos condicionando sus respuestas, a través de consecuencias (castigos y manejo de estímulos), terminando en que ellos son los que nos controlan. Por ejemplo, “si no haces la tarea no ves televisión”, “si no comes no hay postre”, “si no estás en paz no te compro dulces”, “si no dejas de pelear con tu hermano no te llevo de paseo”, etc..
Estas situaciones van complejizándose pues el chico pareciera que se empecina en ignorarnos. Es más, nos muestra que no le interesan las consecuencias de sus actos. Nos dice que no le importa, o bien no muestra ninguna señal de incomodidad; la indiferencia nos impacta y confunde. Generando una escalada de estrategias que terminan provocando una pugna de poder donde nadie gana. Pero sí hay dolor y frustración que pegan en la autoestima de cada uno de forma imperecedera.
En familia como en la escuela esto pasa cotidianamente.
Nos olvidamos que estamos frente a un ser igual que nosotros, y nos colocamos como una autoridad que debe ser seguida por obviedad, “por que soy tu padre” o “tu maestro”. Frente a la autoridad solo hay sometimiento o rebelión.
Queriendo hacerlos autónomos e independientes los hacemos medrosos u opositores y negativistas.
Entonces, ¿cómo se forma un ser humano?
Identificándose
¿A quién? No a “cualquiera”, que llega a suceder. Sino a la figura que le es más importante. ¿Y qué lo hace importante?, el AMOR que le hace sentir.
La madre es esa primer figura y a través de sus cuidados el pequeño desea ser para ella lo más importante. Tiende a querer satisfacerla agradándola, haciendo lo que ella le pide, sin embargo eso no es del todo posible, ya que mamá busca otras satisfacciones que no es él (pareja, hermanos, casa, trabajo, familia).
Esto lanza al pequeño a buscar otras satisfacciones sustitutivas, que de ser afortunadas, harán que encuentre en su hacer una manera de construirse a sí mismo con la guía de mamá y/o papá.
Esto es un ideal que no siempre se cumple: los impases
se presentan:
1.- Mamá no encuentra satisfacción en su hijo, pero tampoco en nada más.
2.- Mamá se regocija en el hijo, pero no en nadie más.
3.- El hijo se ve incapacitado en reconocer lo que mamá le da.
4.- El hijo no se satisface con nada de lo que le dan.

Estas variantes pueden ser muchas más.
Sabemos amar pero no sabemos dejarnos amar. Por amor damos, pero no nos percatamos que el otro necesita amarnos, darnos.
Por amor somos capaces de cualquier cosa.
El amor en su búsqueda de reciprocidad permite que dos seres diferentes puedan coexistir, pero a la vez puede provocar también que no se puedan llevar.
El amor nos hace creer que nosotros:
Queremos lo mejor para el otro
Sabemos qué es lo que necesita el otro
Podemos darle lo que necesita
Pero olvidamos que el otro también piensa lo mismo.
¿Quién TIENE LA RAZÓN?
Terminamos no dejándonos amar, amando demasiado o bien defendiéndonos.
El chico desobediente ¿no nos estará pidiendo que lo dejemos de amar tanto?, o ¿que aceptemos cómo él puede amarnos? o ¿que no sabe cómo expresarnos cómo amarnos?. Interrogantes que cada cual tendrá que buscar.
Saber DAR resulta más fácil, ser activo en la relación es más seguro, dominamos e imponemos. Pasarnos a la posición pasiva de RECIBIR es abandonarnos al otro, es esperar que nos den lo que necesitamos a expensas del albedrío de quien nos lo da.
Dejemos que nos amen nuestros hijos

No hay comentarios: